domingo, 8 de julio de 2012

Es la sostenibilidad, ¡imbécil!


Lo que hace que una sociedad pueda funcionar en el medio/largo plazo es el grado de sostenibilidad del modelo que elija. Cuando el modelo elegido no es sostenible, esa sociedad se viene abajo y se hunde hasta que encuentra un nuevo modelo que sea sostenible o hasta que desaparece.

El problema de España es que hace casi 3 lustros, ante las nuevas tendencias de una economía globalizada, el modelo industrial, agrícola y turístico empezó a verse afectado por las nuevas reglas y nuevos actores que entraron en juego. En aquel momento, se optó por un modelo no sostenible de sociedad. Se olvidó que la regla básica del equilibro nos marca que toda actividad/pago/recompensa/estímulo debe guardar a medio/largo plazo una relación proporcional al valor que produce. Aquí se optó por un modelo dual de ambiciosos/vagos, de querer ganar en 3 tardes lo que a un ser humano le corresponde en 30 años. El trabajo y el valor emanado de él quedó desterrado y sustituido mayoritariamente por:

- El especulador/intermediario/comisionista por un lado

- El acomodado funcionario/subsidiado por el otro

Un modelo irresponsable. El ambicioso que quiere el triunfo esquivando el camino del esfuerzo y el vago que a pesar de serlo, quiere gozar de un buen nivel de vida. En resumen: se quiso hacer trampas a la realidad, y eso sale siempre carísimo. Toda sociedad, (como todo ser vivo), puede aceptar una cierta cantidad de desequilibrios, parásitos, carencias. De esos elementos parasitarios y asociales no se salva ni Suecia, ni Noruega, ni Suiza, ni Japón ni Alemania. El problema viene cuando esa proporción se convierte en mayoritaria. Entonces, el equilibrio se rompe y aparece la enfermedad y la muerte si no se ataja a tiempo.

Una sociedad en la que el capital acumulado se destina principalmente a invertir con mentalidad especuladora o de rentista, es una sociedad que se pone a descansar a la sombra de un árbol mientras el resto de competidores siguen avanzando.

Una sociedad en la que el anhelo de un joven egresado de la universidad es ser un funcionario, es una sociedad con incentivos totalmente equivocados.

Una sociedad en la que el anhelo de un joven egresado de la universidad es se un broker que conducirá su propio Cayenne antes de cumplir los 30, es una sociedad con incentivos totalmente equivocados.

Una sociedad en la que un funcionario que no puede perder su empleo y este funcionario cobra más que un trabajador de la empresa privada por un trabajo similar, es una sociedad que estimula la pereza.

Una sociedad en la que el dinero se hace circular no de modo eficiente para que la máquina funcione, sino para acumular unos y derrochar otros es lo mismo que un circuito que pierde agua por todos lados: está condenado a quedarse seco.

Una sociedad que se cree que lo firmado en un papel es la realidad, aunque lo que haya ahí escrito sea una entelequia, es una sociedad inmadura que está condenada a estrellarse.

Una sociedad que se esfuerza por conservar lo que tiene y mira para otro lado cuando hay un 50% de jóvenes adultos sin empleo, es una sociedad condenada a seguir cayendo sin tocar fondo durante décadas.

Los nuevos gurús del decrecimiento o del “anti-sistemismo” que tanto están de moda, no son más que unos pamplinas. El decrecimiento no puede ser jamás modelo de nada. Puede serlo durante el tiempo que dure el adelgazamiento o la digestión de los excesos, pero volver a la huerta de la abuela, o juntarse con los parados del barrio para mantenerse activos mientras mantenemos la retórica setentera, no es más que otra de las infantiles ilusiones del que cree que después de los excesos prolongados, la calma y comodidad puede llegar pronto. Los periódicos van llenos de críticas a los países del centro y norte de Europa por negarse a seguir financiando nuestro modelo de gasto. Pretende ridiculizarse esta postura tachándola de estrictamente moralista. En realidad, para estas sociedades, se trata de exigir la vuelta al sentido común. Al modelo sostenible. Estas sociedades, parecen estar avanzadas respecto a la nuestra en cuanto a la capacidad de dar con un modelo que les proporciona riqueza a medio/largo plazo. El centro de Europa, con paréntesis catárticos, lleva por lo menos un par de siglos dando lecciones de cómo hacer las cosas. Otras sociedades, han vivido en las últimas décadas grandes momentos para después colapsar o estancarse: Argentina, México, Rusia o Japón. Otras han caído en la tentación de la especulación y economía financiera y es cuestión de tiempo que caigan también: USA e Inglaterra. Otras, llevan en su seno la semilla de su propia destrucción: la corrupción. Es el caso de China o Brasil.

Por ello, el camino de España pasa, o bien por seguir negando la realidad y querer mantener a toda costa un modelo insostenible y condenado irremediablemente al colapso, o bien por encontrar un nuevo modelo sostenible. Entendiendo por sostenible, no un modelo de decrecimiento o de renuncia, sino un modelo que permita que todas las piezas giren, funcionen y se repongan. No se trata de dejar el bosque inmaculado, como predica tanto mamarracho pseudo-ecologista, que después de milenios de existencia, todavía no ha entendido de qué se trata esto de ser “humano”,  sino de plantar un árbol en el momento de cortar otro adulto. Con el árbol cortado, se hace madera, se hacen muebles, se genera valor, se vive, se crece, y detrás, viene el nuevo árbol plantado, que seguirá haciendo las funciones del árbol que se cortó. Sin trampas. Aceptando los tiempos que la búsqueda de equilibrios impone.

Probablemente, dada la historia de España, su nivel de cohesión social, su nivel educativo y su estructura productiva, el modelo no dé para que un español medio pueda hacer las mismas cosas ni aspirar al mismo nivel de servicios que un centro-europeo medio. Pero sí puede dar para tener una sociedad razonablemente próspera, sana y con cierta confianza en el futuro.